Derechos del Bebedor de Vino

Melopeas

Por la presente, el arriba firmante, reunido consigo mismo, en dudosa posesión de sus facultades mentales por la ingesta inmoderada de vino y harto del habitual maltrato a éste en tantos restaurantes españoles, proclama el siguiente decálogo de Derechos del Bebedor de Vino en tales establecimientos.

1.- Derecho a unos mínimos conocimientos del camarero.
Los propietarios de los restaurantes no están obligados a pagar un master en Enología a sus camareros, pero deberían formarlos mínimamente para que, ante la pregunta “¿Qué vinos tenéis?” y en ausencia de una carta ad hoc, sean capaces de contestar algo más que “Tintos y blancos” o “Riojas y riberas” en un país con 69 denominaciones de origen y más vinos diferentes que seguidores de ACDC.

2.- Derecho a que el vino elegido esté.
En restaurantes con carta de vinos, es frecuente que el aficionado, por su condición de tal, dedique un rato largo a desentrañarla en busca del que mejor se ajuste a los gustos y posibilidades económicas de sus acompañantes. O sea, del que le suene. Por ello, cuando cree haber epatado a la concurrencia con su supuestamente sabia elección, le resulta muy frustrante recibir la respuesta “De ese no nos queda”.

3.- Derecho al vino por copas.
Hay 16 millones de personas sin pareja en España que tienen derecho a comer solas y a beber vino sin morir de cirrosis. También hay personas cuyas parejas, que deberían dejar de serlo, acompañan la comida con refrescos de cola, agua u otras guarrerías. Toda carta de vinos que se precie tiene que incluir, por tanto, unos cuantos por copas.

4.- Derecho a un buen servicio del vino.
Entendiendo por vino bien servido aquel que a) se da a probar, b) se deja caer desde una altura inferior a la del Golden Gate, c) no llena la copa hasta el borde como si el cliente fuera alcohólico y d) se distribuye por este -probablemente casposo o machista para muchos- orden: mujeres, de mayor a menor edad, y hombres, de mayor a menor edad.

Servicio

5.- Derecho a devolver un vino.
Derecho que, como ya se explicó aquí, puede ejercerse si el vino se encuentra en mal estado, no si a uno le disgusta. Haber elegido mejor.

6.- Derecho a una correcta temperatura del vino.
En un país en el que, en verano, es fácil llegar a los 30 grados en la cumbre del Moncayo y, en invierno, a los 2 bajo cero en la mismísima Granada, deben desecharse de una vez las leyendas urbanas según las cuales el tinto se sirve a temperatura ambiente y el blanco, en estado de semicongelación. Cada vino tiene su temperatura óptima de consumo, que, de hecho, suele especificarse en su etiqueta. En caso de duda o falta de recursos, un cubo con hielos para que el cliente se encargue por sí mismo del control térmico es más que suficiente.

7.- Derecho a no ser timado.
Una cosa es ganar dinero con los vinos y otra meterles unos márgenes que ríete tú de los del Guadalquivir. Cobrar más del doble de lo que la misma botella cuesta en la tienda de la esquina sólo está justificado si los seis derechos anteriores han sido respetados escrupulosamente. En caso contrario, es lícito “masacrar a un camarero / en el servicio de caballeros”, en inmortal rima de Siniestro Total:

8.- Derecho a un vino dulce.
Los vinos dulces son los grandes olvidados de las cartas de vinos, acompañan estupendamente a postres y sobremesas y -guiño a los restauradores, que no todo van a ser críticas- ayudan a engordar la cuenta por la facilidad con que entran y los menores escrúpulos económicos del cliente a esas alturas de la velada, con media botella alojada ya entre pecho y espalda.

9.- Derecho a llevarse el vino sobrante.
“Mejor morir que desperdiciar” es una máxima que los españoles llevamos grabada a fuego desde tiempo inmemorial. Hay versiones más modernas como “Me han soplado 25 eurazos por este vino y pongo a Dios por testigo de que no dejaré ni una gota así reviente mi hígado”. Ofrecer la posibilidad de llevarse el vino sobrante a casa contribuye, pues, a la sostenibilidad de la sanidad pública.

10.- Derecho a no volver y poner a parir.
Si un restaurante incumple la mayoría de los nueve derechos anteriores, este décimo del decálogo transmuta en obligación. No sólo no debe volverse a un restaurante blasfemo que ofende a Baco, sino que hay que ponerlo a caldo en redes sociales y foros gastronómicos, incluyendo, si es preciso para otorgar más fuerza al texto, insultos y descalificaciones personales.

Cabe terminar recordando que muchos de estos derechos resultarían innecesarios si se generalizara la práctica del descorche, en la que el cliente acude al restaurante con una botella de vino bajo el brazo y paga una pequeña cantidad por consumirlo allí. Asume, así, la responsabilidad sobre la elección del vino, su estado de conservación, su temperatura, su precio, etc.

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