Malta, sorpresa enológica

Lugares

Es un país del tamaño de Ibiza, compuesto por tres islas (la que le da nombre más Gozo y Comino) en las que apenas se ve un árbol; las parcelas destinadas a la agricultura son todas necesariamente pequeñas y dan la impresión de aprovechar al máximo hasta el último centímetro cuadrado; el clima es muy cálido y húmedo durante la mayor parte del año; el agua cuesta tanto o más que la cerveza… Con semejante currículum, uno aterriza en Malta pensando que deberá aparcar su afición al enoturismo y al disfrute de los vinos locales hasta mejor ocasión. ¡Error!

Lo primero que sorprende es el respeto al vino de los hosteleros malteses. Raro es el restaurante en el que, tras ofrecerte una wine list, que allí hablan inglés hasta las mascotas, no te traen un wine book de blancos, tintos, espumosos y dulces, tanto malteses e italianos (mayoritarios, por aquello de la vecindad) como franceses, españoles, californianos, australianos, chilenos, sudafricanos… Y servidos siempre como Baco manda, a su justa temperatura, enseñándote la etiqueta y dándotelos a catar. ¿Veis el restaurante de la foto, el “Kartell” de la localidad costera de Marsalforn, que parece de lo más normalito? Nos propusieron cambiar el vino que habíamos pedido los malditosfiloxeros porque al camarero que se llevaba el tapón de vuelta a la barra no le gustó su olor, detalle digno de un sumiller. El encargado cató el vino, comprobó su buen estado y nos invitó a una copa de otro para compensar su cata.

Además de buenos vinos, el "Kartell" ofrece comida casera y productos frescos a precios populares y tiene una terraza maravillosa a pie de mar.

Además de buenos vinos, el «Kartell» ofrece comida casera y productos frescos a precios populares y tiene una terraza maravillosa a pie de mar.

Sorprenden también, por su ubicación, los viñedos. Por ejemplo, los de la bodega Meridiana, creados sobre un antiguo aeródromo de la Segunda Guerra Mundial. La visita merece la pena por lo bonito del lugar, con vistas a la amurallada ciudadela de Mdina (y también, la verdad sea dicha, al estadio nacional de fútbol, que, en un país pequeño, todo está al lado) y por su historia, la de un comerciante de vinos maltés que, asesorado por un enólogo de Burdeos, se lanzó a hacer vinos de calidad en colaboración con un vitivinicultor florentino a principios de los 90 del siglo pasado. O los de la bodega Marsovin en la Bahía de Ramla, a un par de cientos de metros del mar y muy cerca de la cueva en la que, según la leyenda, Ulises pasó siete años junto a la ninfa Calipso en su viaje de vuelta a Ítaca.

Miren dónde está la playa, de aguas cristalina, y dónde los viñedos de Marsovin.

Miren dónde está la playa, de aguas cristalinas, y dónde los viñedos de Marsovin.

De estos últimos viñedos proceden las uvas con las que se produce el estupendo “Antonin” blanco. Pues esa es, precisamente, la tercera sorpresa de Malta: lo buenos que están algunos de sus vinos. El “Antonin”, elaborado con chardonnay, se fermenta en barricas y se cría sobre lías durante más de tres meses, lo que hace que combine los aromas frutales propios de la variedad con toques tostados y a vainilla. Un punto salino, aportado por su vecindad con el Mediterráneo, completa un vino redondo y de gran persistencia. Como persistente es el tinto “Celsius” de Meridiana, un cabernet sauvignon reserva que, con su cuerpo robusto y equilibrado, podría estar sin complejos en la carta de cualquier restaurante europeo. Llaman la atención sus aromas a chocolate, perfectos para maridarlo con el guiso de conejo típico del país.

Vista aérea de la bodega Meridiana y sus viñedos.

Vista aérea de la bodega Meridiana y sus viñedos.

En definitiva, amigos enoturistas, empezad a considerar Malta entre vuestros futuros destinos. La Valeta, por cierto, es una de las capitales más bonitas de Europa. Su monumentalidad amurallada en medio kilómetro cuadrado, sus magníficos restaurantes y sus «libros de vinos» os esperan.

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